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viernes, 9 de septiembre de 2011

Kannur

Ya hace más de una semana que regresamos a España, y yo no le veo mucho sentido a seguir contando cosas en el blog, pero Edurne, en su papel de Edurne, no quiere dejar las cosas a medias  e insiste en escribir un epílogo o capítulo final, o más bien, insiste en que YO lo escriba, mientras ella se dedica a trabajar en sus cosas o a dormitar por las esquinas, que es lo que básicamente viene haciendo desde que volvimos (aunque bueno, ya se le va pasando un poco el jet lag). Así que haciendo gala, nuevamente, de mi condición de marido complaciente y ejemplar, voy a finiquitar el blog resumiendo nuestros últimos dias en India.

Desde Kochin cogimos un tren en dirección a Kannur, ciudad en la que hace ya algunos años pasé un mes y medio realizando un curso de masajes ayurvédicos, donde curiosamente aprendí ¡a hacer masajes ayurvédicos! Durante ese curso conocí a Meredith, quien por aquel entonces, conoció a Hiron sin sospechar que algunos años más tardes acabaría convirtiéndose en su marido.

Llegamos a Kannur a media tarde y aprovechamos para darnos una vuelta por la ciudad, que no ha cambiado demasiado desde la última vez que la visité, aunque según Hiron, los anacardos han subido mucho de precio.

Después de cenar en la ciudad cogimos un rickshaw hasta la casa de Meredith y Hiron, que viven en las afueras, en un entorno rural. Éste era un momento que Edurne había anticipado con horror, sobre todo desde que Meredith, por la mañana mientras esperábamos el tren, soltó así como quien no quiere la cosa: "En casa tenemos un gran problema con las ratas". Y claro, en la cabecita de Edurne sólo había espacio para un pensamiento: "el mundo es un lugar hostil dominado por ratas".

Al llegar a la casa y entrar en nuestra habitación, Edurne corroboró horrorizada que el mundo era un lugar hostil, no sólo dominado por ratas sino también por lagartijas. Y mira que la tenía advertida desde antes de comenzar el viaje: "Edurne, que sepas que en cada habitación que duermas en India te encontrarás mínimo con una lagartija", pero nada, mi labor de mentalización no surtió efecto y la amenaza de las ratas pasó a un segundo plano ante la certidumbre de... la lagartija, porque era una, ¡y pequeñita!.

Momentos de incertidumbre, drama y tensión. Edurne encontró un poco de consuelo en el hecho de que dormíamos con mosquitera, aunque de su mente retorcida (en cuanto a comportamiento animal se refiere) no podía apartar la imagen de la lagartija mordiendo la red, introduciéndose en su cabeza a través de la oreja, y comiéndose a trocitos su cerebro.

Finalmente, el cansancio jugó a su favor, y a pesar de afirmar una y otra vez que no iba a pegar ojo en toda la noche, se quedó dormida, eso sí, con la luz encendida.

Al día siguiente, tras despertarnos, hacer recuento de extremidades y repasar la tabla del nueve, desayunamos y encaminamos nuestros pasos hacia la aldea de los padres de Hiron.

La familia de Hiron vive en una casa muy humilde en una pequeña aldea de pescadores situada a media hora de Kannur. Con su madre, que es una señora encantadora de sonrisa perenne,  y con su padre, un hombre así como contemplativo, apenas podemos comunicarnos más allá de los gestos (sólo hablan malayalam), pero nos sentimos bienvenidos. Nos bebemos un té y para hacer hambre nos vamos a dar un paseo por los alrededores. Visitamos la casa de los primos de Hiron. Para llegar, tuvimos que atravesar un camino hecho con piedras colocadas en mitad de un campo de arroz. Edurne, durante todo el camino se reivindica como chica de ciudad, recita odas al asfalto y despotrica contra perros, vacas y sembrados; yo mientras tanto disfruto del agradable paseo.

Los primos de Hiron son encantadores, y allí pasamos un rato asistiendo al despliegue de juguetes (¡todos rotos!) del pequeño de la casa, y probando los boquerones fritos, y exageradamente picantes.

Después del almuerzo rico en casa de los padres de Hiron, nos vamos a dar un paseo hasta la playa, a unos dos kilómetros de la aldea. Bonito y agradable paseo, aunque Edurne discrepe gracias a la presencia imaginaria de ratas y a la presencia real de una vaca a la que tuvimos que rodear para continuar el camino, y que para Edurne supuso el equivalente a torear seis Miuras en la Maestranza... ¡torera!

¿Y esto iba a ser un resumen?... bueno, intentaré que lo sea a partir de ahora.

A la mañana siguiente nos fuimos a Kannur a echar la mañana, dimos un paseo agradable por una zona residencial en la que estaba situada la casa donde me hospedé durante el curso. Me dio mucha pena comprobar cómo la casa estaba dejada de la mano de Dios, en estado de semiruina, también me dio pena comprobar cómo al lado de la idílica playa de Kannur habían construido tres edificios de estilo "benidormniano", así que me temo que pronto comenzarán a llegar las suecas y Bollywood contratará a Alfredo Landa para el nuevo género cinematográfico que se les avecina.

Quedamos a comer con Meredith y Hiron en un restaurante con vistas al mar que yo solía frecuentar durante el curso, y luego hicimos tiempo hasta la salida del tren con dirección a Mysore.